sábado, 23 de junio de 2007

SOBRE LA MELANCOLIA



Cada invierno uno se tiene que revestirse de presencias para sentir calor cuando para seres como nosotros el alimento es sentir… Hoy he releído este texto de Alejandra, sobre la melancolía, y uno siente esa carga gris con ganas de sacrificar o de remediarlo con lo que ella escribe, es decir los remedios fugitivos.


El espejo de la Melancolía



Todo es espejo
Pero hay remedios fugitivos: los placeres sexuales, por ejemplo, por un breve tiempo pueden borrar la silenciosa galería de ecos y de espejos que es el alma melancólica.
Y más aún: hasta pueden iluminar ese recinto enlutado y transformarlo en una suerte de cajita de música con figuras de vivos y alegres colores que danzan y cantan deliciosamente.

Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo
trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto.

Al melancólico el tiempo se le manifiesta como suspensión del transcurrir -en verdad, hay un transcurrir, pero su lentitud evoca el crecimiento de las uñas de los muertos- que precede y continúa a la violencia fatalmente efímera. Entre dos silencios o dos muertes, la prodigiosa y fugaz velocidad, revestida de variadas formas que van de la inocente ebriedad a las perversiones sexuales y aun al crimen. Y pienso en Erzébet Báthory y en sus noches cuyo ritmo medían los gritos de las adolescentes. El libro que comento en estas notas lleva un retrato de la condesa: la sombría y hermosa dama se parece a la alegoría de la melancolía que muestran los viejos grabados. Quiero recordar, además, que en su época una melancólica significaba una poseída por el demonio.

Alejandra Pizarnik

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